Detrás de una ventana, podemos hallar mundos jamás transitados. Detrás de una ventana está el orden o el caos, el cielo o el infierno, el primer beso o el último adios.
Las ideas fluyen como luminarias colgadas del saco de un hombre que mira al horizonte sin hallar las respuestas de las preguntas que nunca terminó de realizarse.
Otros pasan sin mirar a través de las ventanas, indiferentes frente a las delicias o los horrores que circundan a su alrededor.
El cielo suele nublarse antes que podamos contemplar al sol brillante. El césped lucía más verde cuando, descalzo, avanzaba sonriéndoles a mis padres, quienes con sus alas desplegadas aguardaban para estrecharme en un abrazo redentor, el abrazo que le daba finalización a mis primeros pasos. Y el césped era de un verde intenso, no como el amarillento que observo por estos días. El clima era más templado, sin tantas tormentas, sin tantas sombras reflejadas sobre tenebrosas paredes nocturnas, un océano manso para navegar sin timón a ritmo firme y en dirección definida, sencillamente orientada, confiado en la corrección de la misma.
Miro una ventana abierta, desde el callejón de mi tiempo, y busco los secretos de un paraíso que, salvo en mi memoria, no habrá de venir.
A pesar de todo... las persianas habrán de estar levantadas, por siempre.