UN CONFLICTO CON MÚLTIPLES ACTORES
Se desmadró el país, una vez más. Nuevamente, como en anteriores ocasiones a lo largo de nuestra historia, sectores poderosos del campo incidieron en que esto así sucediese. Aunque en esta cita con el caos, cierta actitud soberbia emanada por el Gobierno Nacional también tuvo su decisiva cuota de responsabilidad.
Esa misma soberbia que tantos dirigentes exhortaron a que supieran acaso suavizar, tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández. Y que, con los hechos a la vista, queda claro que no se ha sabido – o querido – modificar.
Poco tiempo después de la asunción presidencial de Cristina, Carlos Heller, Eduardo Buzzi en representación de la Federación Agraria Argentina, y otros cuadros sociales de relativa cercanía – y hasta reconocida simpatía en algunos casos – hacia la actual primer mandataria, se reunieron con la citada para solicitarle una profunda evaluación de la situación de pequeños y medianos productores del campo argentino. Con el propósito de que se tomasen medidas, claro está, tendientes al mejoramiento de las condiciones generales para su producción y rentabilidad, en un contexto de padecimiento de groseros manejos oligopólicos de unos pocos poderosos, nucleados por la anacrónica, golpista y neoconservadora Sociedad Rural Argentina. Además de los grandes grupos empresariales extranjeros, firmas éstas que se han venido dedicando, en su inmensa mayoría, a la explotación de la soja, para amasar rápidas fortunas, en proyectos totalmente cortoplacistas, indiferentes frente a la pauperización de la tierra que la sojización continuada es capaz de generar.
Si el Gobierno hubiera sido capaz de saber distinguir entre la realidad de los pequeños productores con la de los tradicionales integrantes de la “oligarquía vacuna”, quizá se habría evitado este inmenso dolor de cabeza, que puede llevar hacia un horizonte demasiado débil en cuanto a la credibilidad presidencial frente a los ojos de una buena parte de la sociedad argentina.
Meter a todos en la misma bolsa es un gesto, cuando menos, de miopía ejecutiva.
No obstante, de los errores se aprende. Y se aprende con humildad. O se debe aprender a ser un poco más humilde, en todo caso.
Del otro lado, nada nuevo: La derecha argentina que levanta las banderas de la democracia y la libre empresa, pero que no es sino un sofisma histórico para ocultar el verdadero mensaje que han conseguido instalar tantas veces en nuestra historia: Democracia para el beneficio de unos pocos y el sacrificio de muchos; libre empresa para el enriquecimiento de contadas familias, y las penurias de millones.
El error del cual no será fácil salir para la Presidenta, radica en no haber garantizado un trato diferencial para pequeños y medianos productores del campo, con menores retenciones para éstos y mayores para los pooles de siembra y grandes terratenientes.
Mención especial para las auténticas fuerzas de choque del Gobierno, lideradas por personajes de la talla de Luis D´Elía, Emilio Pérsico, o hasta Hugo Moyano. Un desagradable espejismo de ciertas actitudes repudiables del peor pejotismo de antaño.
Mención dos: Luciano Míguens, titular de la S.R.A. Quien suscribe estas líneas, pudo prestar atención a éste en un canal televisivo de circuito cerrado, ligado al agro, allá por el año 2005, subrayar que la población argentina “debe acostumbrarse a consumir NUEVOS CORTES de carne, aún NO CONOCIDOS” por el mercado interno, puesto que “desde el lomo hasta la paleta deben ser destinadas a la exportación”. Ese es su proyecto y el de los de su clase. Ese NO PUEDE SER el proyecto de los argentinos que piensan en el bienestar auténtico de todos los argentinos.
Por ahora hay un aparente vencido, pero ningún claro vencedor. Mejor así.
Deseo que esto no sea terreno para especuladores políticos, como Mauricio Macri o Elisa Carrió por citar casos emblemáticos. En el caso de la ex candidata a Presidente, con su aparente discurso pacifista, cuando en verdad tiende a la agudización de las discordias entre pares. Otro rancio exponente es Eduardo Duhalde, quien ayer tuvo el arrojo de salir a lisonjear públicamente a los empresarios del campo, en un momento en el cual ardía el clima interno.
Son de los que pretenden apagar el fuego con nafta, tranquilos por que no son ellos los que gobiernan. Así es muy fácil, y ésa no es la oposición coherente que necesita una nación a la búsqueda de su crecimiento general.
El eje central al que nadie alude, y que origina la raíz del conflicto aquí señalado, se llama Economía de Mercado.
Alguna vez, quien tenga un contundente proyecto de país igualitario, tendrá que definirse a favor de la Reforma Agraria, la cooperativización de los pequeños productores, el reparto de las grandes extensiones de tierras productivas entre pequeños, medianos productores y peones de campo, y la consiguiente expropiación de tierras de terratenientes, tanto nacionales como extranjeros. Que son casi lo peor que le ha podido ocurrir a la historia de la agro-ganadería nacional.
Y la consecuente expulsión, sin más, de éstos citados integrantes de la clase oligárquica latifundista, fuera del país.
Sólo un pueblo que goce de plena Justicia Social en todos sus aspectos, es capaz de crear las condiciones para el enaltecimiento de todos, sin excepción. Con trabajo digno, y con ganancias lo suficientemente justas como para una vida confortable. Sin la exhuberancia ni la impudicia que propicia la ostentación de riquezas desmedidas. E inmorales, por donde se las mire.
Hay que reinstalar la Reforma Agraria como vía hacia la socialización de la producción rural, a favor de los pequeños productores y de los que menos tienen y nadie menciona, es decir, los peones de campo y sus familias, de miserables salarios y una historia de privaciones, hambre y restricción en el acceso a la educación como todo ciudadano merece alcanzar.
Muchos pelean por ganar posiciones de poder, pero casi nadie plantea con cojones por dónde transita la solución de fondo, que suele ser la más antipática y hasta dolorosa a los ojos de los pícaros de siempre, pero la mejor, le pese a quien le pese.